EN EL CAMINO
Cuando escribo estas líneas, las autopistas hierven como una sopa vieja a la espera de que alguien, un chamán con poderes mágicos, encuentre la manera de solucionar el conflicto. En Granada, un hombre ha muerto. Y, en Alicante, un camionero ha resultado herido de gravedad, con quemaduras de segundo grado, al arder la cabina de su vehículo en un incendio que, a primera vista, y tal y como están las cosas, tiene todo la pinta de ser intencionado. Cuando se llega a estos términos hace falta una mente despejada que pueda sugerir algo nuevo; interpretar y aconsejar soluciones; pero, mucho me temo, éste no es el caso de este maldito cuaderno. Como mucho, se me viene a la cabeza esa señal de Heidegger, incendiaria, que sobrevuela ahora carreteras como una mancha negra que todos han olvidado y que a nadie ya interesa: la técnica, en el devenir del pensamiento occidental, es la culminación de la metafísica. Aunque, vaya usted con este cuento a un camionero en huelga: si logra salir con vida, puede sentirse afortunado.
Acabo de escribir en mi diario: ante la crisis económica sólo caben dos imágenes: la de una partida de póquer y la de un tahúr haciendo trampas. Aunque diluvie en pleno mes de junio (como ahora está diluviando), no cambia para nada la historia. Los que creen que esta página tiene algo que ver con la filosofía están del todo equivocados: tiene que ver con la supervivencia. Como se lee en el margen derecho (y siguiendo a Wittgenstein): hace ya tiempo que el asunto entero ha cambiado. Y, siguiendo también a Wittgenstein (lo que no significa hacer filosofía), jugando con los juegos de lenguaje y con las formas de vida, uno comprende que tiene que ver mucho más (¡qué duda cabe!) con cierto estilo literario que no se prodiga demasiado: el testamento. Un género literario que, al menos, no se prodiga demasiado en los llamados círculos literarios; que se escribe en la autopista, en el camino, y que tiene que ver con Jack Kerouac, no con obreros en huelga.
“Dejé la carretera y veía doble, pero seguro que fue un viaje fenomenal”. En 1.975 Bob Dylan, en compañía de Joan Baez, Joni Mitchel y Allen Ginsberg, recorrió las carreteras secundarias del noroeste de Estados Unidos en una enloquecida gira que Sam Shepard inmortalizó en Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera. “Si se resuelve un misterio –escribió entonces Shepard-, el caso se archiva. En este caso, en el caso de Dylan, el misterio no se resuelve nunca, de modo que el caso sigue en marcha”.
Cuando escribo estas líneas, las autopistas hierven como una sopa vieja a la espera de que alguien encuentre la manera de solucionar el conflicto. Como es lógico, los hombres, preocupados por el destino de sus monedas de plata, por el contenido mercantil de su bolsa de vida, le dan la espalda al misterio. La poesía es un arma cargada con balas temerarias; el corazón, cuando nadie lo espera, es criminal con la poesía; y lo que dice el poeta, en este momento, irremediablemente, no le interesa a nadie.
(Entras en el cuarto/ Lápiz en mano/ Ves a un tío desnudo/ Y dices: “¿Quién es éste?”/ Por mucho que lo intentas/ No tienes ni idea/ De lo que dirás/ Cuando llegues a casa./
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Levantas la cabeza/ Y preguntas: “¿Está donde está?”/ Y alguien te señala y dice:/ “Es suyo”/ Y tú dices: “¿Qué es mío?”/ Y otro dice: “¿Dónde está qué?”/ Y tú dices: “¡Oh Dios mío!/ ¿Estoy aquí solo?”/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Das la entrada/ Y vas a ver al hombre fiera/ Que se te acerca/ Apenas te oye/ Y dice: “¿Qué se siente/ Siendo un engendro semejante?”/ Y tú dices: “Imposible”/ Mientras él te alarga un hueso/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Tienes muchos contactos/ Entre los leñadores/ Para conseguir datos/ Cuando se ataca tu imaginación/ Pero nadie tiene respeto/ Y ellos ya esperan que tú/ Entregues un cheque deducible/ De impuestos para obras de caridad/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Estuviste con los profesores/ Y a todos les gustó tu aspecto/ Con grandes abogados/ Debatiste sobre leprosos y malhechores/ Te has tragado todos/ Los libros de Scoot Fitzgerald/ Eres un tipo leído/ Como todo el mundo sabe/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
El tragasables se te acerca/ Y luego se arrodilla/ Se santigua/ Después taconea/ Y sin más preámbulos/ Te pregunta qué te parece/ Y dice: “Te devuelvo tu garganta/ Gracias por el préstamo”/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Ves a un enano tuerto/ Que grita la palabra “AHORA”/ Tú dices: “¿Por qué motivo?”/ Y él “¿Cómo?”/ Tú: “¿Qué significa esto?”/ Y él te chilla: “Eres una vaca/ Dame leche/ O vete a casa”/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Entras en el cuarto/ Como un camello ceñudo/ Te pones los ojos en el bolsillo/ Y la nariz en suelo/ Debería existir una ley/ Contra tu presencia/ Habría que obligarte/ A llevar auriculares/
Porque algo está pasando/ Pero no sabes qué/ ¿Verdad, señor Jones?/
Bob Dylan, Balada del hombre delgado.)
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